La industria química nació en el siglo XIX. Desde antiguo se han desarrollado actividades que implican reacciones químicas (como la cerámica y la metalurgia); pero no fue hasta después de la primera revolución química (en el siglo XVIII) y el nacimiento de la química orgánica (en el XIX) que se desarrolló una industria de síntesis.
El motor para ello fue la producción de colorantes. Antes de la industria química había muy poco color en el vestir. Algunos colorantes sólo estaban al alcance de los muy poderosos (como la púrpura cardenalicia). Incluso para dar algo de color (poco duradero) a los uniformes de los soldados, era preciso cultivar grandes extensiones de las plantas adecuadas. Los pueblos que dominaban la técnica para alguna planta (como el índigo) mantenían secreto el know-how. Así que, cuando William Perkin logró sintetizar su malva, se inició una nueva etapa.
Químicamente, los colorantes se parecen a los explosivos. Es decir, comparten productos intermedios; y una forma natural de rentabilizar un planta de fabricación de colorantes es producir, además, explosivos. Puede decirse que, desde su nacimiento, la industria química ha ido a caballo de tendencias opuestas del tipo eros-tánatos: la vitalidad del color frente a la violencia de los explosivos.
A veces se dispone de un colorante con buenas propiedades y se desea modificarle el color u otra cualidad. Desde el principio la química se empleó en estas búsquedas sistemáticas: ensayar pequeñas variaciones de un compuesto hasta hallar una con las propiedades deseadas. A principios del siglo XX, Paul Ehrlich empleó la misma estrategia con fines medicamentosos: se propuso 'envolver' (químicamente) el arsénico de modo que no afectara a las personas pero sí al Treponema pallidum (causante de la sífilis). Los primeros 605 compuestos ensayados o bien liberaban el arsénico ante células cualquiera del organismo del paciente, o bien no lo hacían llegar a las células infecciosas; pero el ensayo 606 cumplía su función: mataba el Treponema sin matar a su portador. Había nacido el Salvarsán y el concepto de 'bala mágica'.
También desde el principio, la suerte ha jugado un papel importante en muchos descubrimientos químicos, empezando por el malva de Perkin y la dinamita de Nobel. O, más tarde, el Prontosil; un colorante que resultó ser un eficaz (en su momento) antibiótico. O la clorpromazina, en principio un antihistamínico al que se le descubrió la propiedad de tranquilizar sin hacer perder la conciencia (iniciando la saga de los neurolépticos o antipsicóticos). O cuando uno de los sujetos que probaba un vasodilatador comentó unos efectos secundarios "nada desagradables": había nacido la Viagra ('blockbuster' donde los haya).
Y naturalmente, el azar no siempre es afortunado: un exceso de confianza hizo comercializar un jarabe contra la tos cuyo principio activo era un derivado de la morfina (nombre comercial: "Heroína"). Se anunció como "excelente e inofensivo hasta para las criaturas". O cuando un producto que había resultado ineficaz tanto para la epilepsia como para las alergias, se comercializó como calmante para las náuseas de los primeros meses de embarazo descubriendo, a posteriori, el poder teratogénico de una de las formas isómeras del compuesto (Talidomida). Posteriormente el mismo fármaco ha vuelto a ser comercializado, esta vez para el tratamiento de la lepra y del mieloma.
Toda actividad económica requiere la aplicación de la mercadotecnia. Los manuales de marketing suelen centrarse en como alcanzar a una demanda que YA existe. Pero en un mercado mundial, donde no hay más posibles clientes que los habitantes del planeta, la estrategia consiste en generar una demanda que TODAVIA no existe.
Para incrementar el uso de colorantes se apela a la vanidad y a la envidia. Para aumentar las ventas de insecticidas, mediante modificaciones genéticas se crean variedades de plantas que resisten mejor a los insecticidas. Se crea la ilusión de que estas variedades aportan ventajas a quien las cultiva.
Para crear la demanda de explosivos se potencia el miedo y la agresividad de la población; paralelamente se impulsa la codicia de algunos gobernantes. No es que las guerras las creen multinacionales o grandes consorcios, pero sí que conflictos solucionables pacíficamente son exacerbados por multinacionales y grandes consorcios.
Para incrementar el uso de fármacos no es preciso incrementar la incidencia de enfermedades; es suficiente con aumentar el miedo a ellas (Uuuhh que viene la nueva gripe .. ¡¡ vacunaos !!). O hacer creer que son enfermedades lo que hasta el momento se ha considerado normal (Uuuhh esto es TDAH y hay que medicarlo).
El tema es ampliamente conocido y documentado. No obstante los laboratorios siguen ampliando su influencia: en la definición de nuevas enfermedades, ampliando el alcance (población afectada) para algunas de las ya existentes, inventando etiologías para enfermedades conocidas de modo que se pueda vender nuevos tratamientos, etc.
A mi modo de ver este éxito comercial implica un profundo conocimiento (empírico) de la psique humana y de su organización social, porque no sería posible sin la colaboración de muchos. La lectura en positivo es que se puede aplicar ingeniería inversa para revertir la tendencia. Para no tener que redactar una frase nueva copio de 'Saltando Muros': "lo que cada uno de nosotros haga o deje de hacer en su trabajo, su comunidad de vecinos o al doblar la esquina, puede suponer la gran diferencia".
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Hay estamos Pere, agitando conciencias...
ResponderEliminarOtro pasito en un camino inacabable...