Cuando era adolescente a menudo me hacía preguntas sobre cómo ocurrían las cosas. Al oír contar el exterminio de millones de judíos y otras etnias por parte del partido nazi, no alcanzaba a comprender de que manera esto había podido ocurrir. Resultaba obvio que para llevar a cabo tal masacre, no bastaban los pocos fanáticos que se juzgaron en Nurenberg. Poco a poco se fue dibujando una respuesta. Lo sintetizó muy bien un pastor luterano, Martin Niemoeller, en su sermón de la Semana Santa de 1946:
Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío.
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
Más tarde fui testigo mudo de muchas guerras y genocidios a gran escala, a menudo provocados por los que anteriormente fueron víctimas. Los conflictos de todo tipo, de hecho, no han cesado de aumentar. Y mientras a principios del siglo XX los civiles eran 'sólo' el 10% de las víctimas en las guerras, hacia fines de ese siglo representaban cerca del 90%.
Me resulta llamativo el fenómeno paralelo de la normalización de las atrocidades, el proceso mediante el cual se puede seguir disfrutando de una cena mientras se contemplan masacres convertidas en espectáculo. Constato que los medios de comunicación tradicionales, si atendemos al significado de 'comunicación', han dejado de existir. En palabras de Patrick Le Lay, director general de la primera cadena de TV francesa (en 2004), «Lo que nosotros vendemos a Coca-Cola, es tiempo de cerebro humano disponible».
Afortunadamente, la ley que estipula "a toda acción se opone una reacción de igual fuerza y sentido contrario" se aplica también a los desastres. Y al tiempo que el periodismo ha ido perdiendo su vertiente de 'servicio a la sociedad' para convertirse en un 'Ministerio de la Verdad' Orwelliano, han aparecido otros medios que sí son de comunicación. Esto no constituye una mejora tan grande como pudiera parecer. Si hace medio siglo era difícil conseguir cualquier información, ahora es difícil seleccionar la información útil y fidedigna entre el caudaloso río de Internet; para obtenerla uno debe, necesariamente, buscarla.
Por lo que hace a barbaridades, este blog (y los afines, algunos de ellos con link a la derecha de la página) se interesa principalmente por las que tienen alguna relación con la psicología y la psiquiatría. En realidad fueron éstas las que me indujeron a indagar y escribir sobre ello. Y fue gracias a esta actividad que descubrí la cantidad (quizá pequeña en porcentaje pero grande en significación) de profesionales de la salud mental que recuerdan lo de 'primum non nocere' y se esfuerzan por aplicarlo y extenderlo.
En poco tiempo, diversas amigas que trabajan con niños me traen el mismo mensaje: "en mi escuela uno de cada cinco niños está medicado a causa del TDAH". Pido más detalles, una de ellas me cuenta un ejemplo "a tal niño desde que nació su hermanito le diagnosticaron TDAH". Es decir, que si un niño ve disminuir la atención que le dedicaban sus padres e intenta recuperarla con los mecanismos que están a su alcance, esto se llama enfermedad. Vaya, miles de años tomándolo por normalidad y ahora resulta que era patológico.
A poco que uno observe la situación, se da cuenta que no puede achacarse el fenómeno exclusivamente a las farmacéuticas. Por muy malas que sean éstas, además, es preciso que unos padres prefieran administrar pastillas en lugar de ejercer de padres. Y que unos facultativos prefieran atender otros intereses que los del niño y sus problemas. Y que unos políticos prefieran sus juegos de poder en lugar de servir los intereses de sus gobernados. A gran escala, como lo es, esto se llama enfermedad social. (Recomiendo encarecidamente este enlace, y este, y este).
Se menciona frecuentemente la declaración de derechos humanos. Poco se comenta la de 'responsabilidades y deberes humanos', declaración realizada 50 años después de la primera. Pero asumir responsabilidades y deberes es lo único que puede convertir en reales los derechos. Por ello resulta esperanzador ver como personas de toda la escala social se movilizan alrededor de la bandera de la indignación. Y muchos que no se sienten con ánimos de movilizarse lo apoyan con pequeños gestos, como la anciana que lleva a la plaza Cataluña el pastel que ha cocinado diciendo "lo estáis haciendo muy bien, ya era hora que alguien se moviera".
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