domingo, 15 de mayo de 2011

NORMALIDADES



Hace días que le doy vueltas a la noción de ‘normalidad’. Escurridiza como pocas, está en la base de conceptos como ‘salud’, ‘patología’ o ‘curación’. Hoy exploro un poco el tema. El punto de partida es que para ‘arreglar’ o ‘sanar’ algo o alguien, se requiere algún tipo de conocimiento previo del estado hacia el que reconducir; esto es, la normalidad como modelo al que tender. Desde esta perspectiva es axiomático que todos poseemos y usamos alguna noción de normalidad.

Dejando de lado algunos usos técnicos muy precisos (p.ej. en química, geometría o matemáticas), se nos ofrecen varios enfoques que pueden agruparse en dos grandes grupos: la normalidad descriptiva (como ‘suele ser’) y la normalidad valorativa (como ‘debería ser’). Separar ambos enfoques es menos fácil de lo que parece.

Normalidad descriptiva:
“Ser normal es ser levemente oligofrénico” (Karl Wilmanns)

En cuanto a criterio estadístico podemos tomar la ‘media’ (promediando de algún modo una o varias magnitudes) o la ‘mediana’ (características más frecuentes).

Las ‘medias’ (o los promedios) son una de las mentiras estadísticas más corrientes. Mil millones de obesos y mil millones de hambrientos no hacen 2 mil millones de personas bien alimentadas. En una distribución bimodal, no tiene sentido la media. El ‘hombre tipo’ de Quetelet, hipotético elemento representativo de un grupo humano cualquiera, es una quimera.

Cuando se hacen fotos ‘promedio’, por ejemplo de una serie de caras, la simple superposición genera una imagen poco creíble, de anormalidad. Se hace preciso recurrir a técnicas más sofisticadas para lograr un intermedio aceptable (el promedio entre una bonita cabellera y un elegante cráneo rapado es un poco atractivo cuero cabelludo).

En cuanto a medianas, la habitualidad de algo no lo hace más útil. Según donde y cuando nos coloquemos será ‘normal’ no llegar a fin de mes, no saber donde invertir los excedentes, o vivir constantemente preocupado por la posible invasión de los tártaros. Como señaló Karl Jaspers, la caries dental es de lo más corriente, pero no nos vale lo como ‘normalidad’.

Por otra parte, anormalidad no es necesariamente peyorativo. Por lo menos no siempre. El pintor Ramón Sanvisens solía decir que las tres figuras que más marcaron a los pintores del siglo XX habían sido un borracho, un loco y un caradura (en referencia a Cézanne, van Gogh y Gauguin).

Una breve búsqueda me muestra que el uso más frecuente de la palabra ‘normalidad’ es en ‘volver a la normalidad’; esto es, regresar a una situación (valorada como) deseable después de alguna perturbación. Lo que nos lleva al otro enfoque.


Normalidad valorativa:
“El hombre que no percibe el drama de su propio fin no está en la normalidad sino en la patología, y tendría que tenderse en la camilla y dejarse curar” (Carl Gustav Jung).

Si con el enfoque descriptivo no encontrábamos una ‘norma’ o regla para utilizar como guía de lo que necesita ser ‘arreglado’, con el enfoque valorativo entramos en arenas movedizas.

Etimológicamente ‘normal’ se refiere al ángulo recto (sentido que mantiene en geometría), e implica lo que es normativo, esto es, adecuado, bello y acorde con la naturaleza. Y en cuanto hacemos referencia a ‘lo que debe ser’ (adecuado, bello y acorde con la naturaleza), se requieren mediadores e interpretes. El mínimo repaso histórico nos muestra que los exégetas, los transmisores de ‘lo que debería ser’, persiguen autoclonarse o traspasar al mundo llamado real lo que solo existe en el imaginario del mensajero. La raza superior es [aquella a la que yo pertenezco], la familia debe ser [como imagino que es la mía], el comportamiento adecuado es [el que me gusta que tengan conmigo], etc. etc.

Por citar un ejemplo (que ya es un tópico), los primeros DSM consideraban ‘trastorno mental’ toda desviación de la sexualidad ‘normal’; es decir, desviación respecto al estandar de la sociedad donde se elaboraron los textos.

Los intentos de equiparar ‘normal’ con ‘natural’ (no perturbado), al igual que las analogías organicistas empleadas para definir la normalidad en el ámbito sociológico, adolecen del mismo defecto de base. Toman como referencia una cierta interpretación de la naturaleza o del funcionamiento de un organismo. Por comparar, en cuanto a interpretaciones. En el siglo XIX, al percibir la similitud entre una cámara fotográfica y el ojo con su cristalino, se equiparó la visión con el mecanismo del artilugio. Reduccionismo extremo. En el siglo y medio transcurrido, no hemos cesado de descubrir aspectos antes ignorados del mecanismo de la visión; y estamos lejos de haber agotado el tema. Así que estamos como antes, proyectando hacia el mundo 'real' la comprensión a la que he llegado, para luego tomarlo como guía. La de barbaridades que se han justificado con el adjetivo 'natural'.

Si examinamos, aunque sea sólo un poco, el tema de los estándares sociales, nos damos cuenta de que la cosa se complica. Estándares son hábitos y también valores. Experimentos como el de Asch o el de Milgram muestran como la necesidad de conformidad con el grupo moldea opiniones y comportamientos; y le siguen los valores. Además, no solo estamos influidos por las personas con las que mantenemos una relación estrecha; nuestra vida transcurre bajo un diluvio de mensajes intencionados, proviniendo de los mass media, de publicidad más o menos fija, y de mercaderes de todo tipo. Somos partícipes en la ‘normalización’ de prácticamente cualquier comportamiento, incluso algunos de aberrantes. Por ejemplo, las guerras humanitarias (¡ oxímoron donde los haya !) se están convirtiendo en una ‘normalidad’. Insisto, no solo habituales, sino también aceptables.

He tenido la tentación de relacionar TAI (Tratamiento Ambulatorio Involuntario) y el experimento de Milgram, pero habiendo leído blogs de los que se enfrentan a la decisión de aplicarlo o no, le he visto más matices de los que yo le conocía. Mejor me abstengo.

Hasta aquí parece que no exista noción de ‘normalidad’ que se pueda tomar como modelo o guía. Nos queda la variante de la normalidad ‘valorativa’ que llamamos aspiración. Para no confundirnos: por la aspiración uno se mueve, no se limita a ‘desear’ que algo suceda. Además, suele reservarse este substantivo para deseos de tipo elevado.

Dejo para cada cual lo bellas o feas, lo buenas o malas, lo útiles o inútiles, que sean sus aspiraciones. Pero hablábamos de ‘arreglar’ o de ‘sanar’. Y en el terreno terapéutico hay una cuestión que sí se plantea. Si se trata de reconducir desde una situación no-funcional o problemática, hacia una cierta ‘normalidad’, y tomamos la normalidad como aspiración, la pregunta es: ¿la aspiración de quien? ¿la del terapeuta, tal como a él le gustaría vivir? ¿la de los familiares incomodados por la situación problemática? ¿la del ‘paciente’ que todavía se expresa en forma no-funcional?

No, no tengo soluciones perfectas a nada. Y mucho menos así en genérico. Tan solo comparto algunas reflexiones. Así que lo vamos a dejar en ese punto.


1 comentario:

  1. llevo mucho tiempo dándole vueltas a escribir una entrada sobre la normalidad... que es como el estado de bienestar: todos oímos hablar de ello, todos tenemos noción de que pertenecemos a ello pero nadie sabe que es ni donde está.
    Hay otra entrada en un magnifico blog -cerrado por ocupaciones- de "desde el manicomio".
    http://desdeelmanicomio.blogspot.com/2010/10/otra-frase.html
    Me estoy animando a escribirla....
    Un saludo.

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