Erase una vez en que todos los órganos debatían cual era el más importante de ellos. Los de mayor predicamento eran el cerebro y el corazón, pero también otros tenían seguidores. Los pulmones alardeaban de estar continuamente mezclando interior y exterior. El hígado argumentaba que sin su aportación fallarían otras funciones como la digestión o la circulación de la sangre.
Estaba en lo más álgido el debate cuando el esfínter anal presentó su canditatura: 'Yo soy el órgano más importante'. La sorpresa fue mayúscula y, después de un breve silencio, estalló una gran carcajada. Avergonzado y muy herido en su amor propio, el esfínter se retiró presa de una gran tensión.
Tres días más tarde una delegación de todos los órganos fue a suplicarle al esfinter que se relajara y cumpliera su función, pues ni el orgulloso cerebro ni el altivo corazón podían sobrevivir a menos que se eliminaran desechos.
Como esta es una historia edificante, le ponemos happy end: todos volvieron a cumplir sus funciones, incluido el esfinter anal, y nunca más se presentó a discusión quien era el más importante.
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