martes, 16 de abril de 2013

El derecho a la ternura




Luis Carlos Restrepo, en su imprescindible libro "El derecho a la ternura", nos recuerda:
"..como ha señalado Berta Vargas, por cada mujer cansada de ser llamada hembra emocional hay un hombre que no soporta más que se le niegue el derecho a llorar y ser tierno."
   
Y en el capítulo "Analfabetismo emocional", declara:
"Cada vez estamos más dispuestos a reconocer que lo típicamente humano, lo genuinamente formativo, no es la operación fría de la inteligencia binaria, pues las máquinas saben mejor que nosotros decir que dos más dos son cuatro.  Lo que nos caracteriza y diferencia de la inteligencia artificial es la capacidad de emocionarnos, de reconstruir el mundo y el conocimiento a partir de los lazos afectivos que nos impactan."
   
También nos relata un suceso cuyo texto bién podría colgarse, a modo de recordatorio, en las consultas médicas:
"Una anécdota de la historia de la medicina puede servirnos para entender hasta donde se nos escapa la percepción de la dimensión afectiva.  Hasta hace poco se acusaba a los médicos tradicionales de la Amazonía colombiana de ser ineficaces, porque a pesar de acompañar día a día a sus pacientes, jamás hacían diagnósticos de parasitismo intestinal ni instauraban terapias efectivas para este mal endémico de muchas regiones de la selva húmeda tropical.  Los médicos facultativos miraban con desconfianza que sus contendores no fuesen capaces de diagnosticar enfermedades que son para ellos básicas en sus esquemas clasificatorios.  Decíase, entonces, con arrogancia científica, que su ineptitud se revelaba en la incapacidad para diagnosticar un simple parasitismo de sus pacientes.  En un buen momento los antropólogos, después de estudiar los comportamientos y sistemas de creencias indígenas, empezaron a mostrar la otra cara del asunto.  Lo más sorprendente fue constatar que estos médicos tenían una visión similar a la de nuestros facultativos, pero a la inversa.  Se mostraban consternados al ver la preocupación de los médicos occidentales por el parasitismo de niños y adultos, mientras eran por completo ciegos para entender los conflictos afectivos de sus pacientes.  Los payés, o médicos tradicionales, no utilizan por supuesto este término.  Ellos recurren a otro más hermoso y significativo, pues hablan de chundú, expresión que podemos traducir por "mal de amor".  Mientras los médicos indígenas habían dedicado toda su vida a volverse especialistas en mal de amor, los nuestros optaron por un camino distinto.  Motivo por el cual los primeros se aterraban y siguen aterrando de la incapacidad de nuestros galenos para superar la torpeza afectiva, tanto la propia como la de sus pacientes.  Si los especialistas indígenas fueron acusados de ignorar el parasitismo, los nuestros lo fueron de un cargo más grave:  olvidar por completo la dimensión afectiva de la enfermedad y el sufrimiento."
   

2 comentarios:

  1. Qué mal se lleva el ser humano con las cuestiones multifactoriales, supongo que la derivada más próxima de esta cuestión es el bipartidismo político (o las películas de hollywood -con el malo malísimo, y el bueno buenísimo-). En lo que a enfermedades se refiere; unos con la variante afectiva, social o psicológica, y otros con la estrictamente científica o microbiológica.

    Me recuerda a cuando era pequeño y discutía con otros chavales en aquellas míticas conversaciones: "El coche de mi papá corre mucho. Pues el del mío corre más".

    Y así... hasta nuestros días, por lo leído aquí.

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    1. Anónimo:
      no sé quien se plantea las cosas desde el maniqueísmo; pero sí sé quien está interesado en hacer ver que afirmar "existe universo más allá de los neurotransmisores" es lo mismo que decir "psiquiatras biologicistas a la hoguera".
      bastaría con intentar hacer verdad el paradigma supuestamente bio-psico-social, que en la práctica solo atiende a lo solucionable con productos de un determinado sector industrial.

      no se trata de negar unas evidencias, se trata de no tapar otras evidencias tanto o más importantes.



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